Hace más de un año que no encuentro momento para sentarme a escribir para este blog que tan buenos momentos me ha dado. Excusas diversas me calmaban la culpa de dejarlo abandonado, la más recurrente era “no tengo tiempo, estoy tan cansada…”, este oficio de madre trabajadora me lo copa todo. Pero yo mejor que nadie sé que es una excusa fútil, que se deshace con la rapidez de un impulso. Hace poco, un amigo me hizo llegar un artículo de un filósofo coreano, que mantiene que el cansancio es el sintagma de nuestro día a día, porque nos exigimos demasiado, y justo eso me pasa con la maternidad.
Se mezcla el cansancio con exigirme hasta el infinito y más allá. Realmente nunca sé si lo estoy haciendo bien, y esa pregunta me martillea constantemente. Los veo crecer, ir forjando su mundo y desconozco si mis empeños por cumplir las expectativas de una buena madre darán su fruto. A veces es eso mismo, demasiadas expectativas que ponemos en ellos, que se vuelven contra nosotros, porque no siempre los caminos elegidos son los que deseáramos para ellos.
Y realmente, ¿qué es una buena madre? Hace poco me topé con un blog que habla en un tono irónico y desenfadado de las “malasmadres”, y me pareció entender que son las que luchan contra el mundo y contra sí mismas casi, para llegar a todas las metas cotidianas que la maternidad plantea. Me di cuenta de que en mí no solo vive una mala madre, también la equilibrista, la madre acaparadora, la que no delega, la que sufre y ríe con ellos, la que con el cansancio a hombros les regala el cuento antes de dormir, la protectora que se contiene para no abrazarlos a cada momento, la que se equivoca, la que lucha, tantas…
Hay días que me siento nadar en una mar de aguas gélidas, enredada en algas a cada brazada, con la orilla a unos metros, y sin poder alcanzarla. Y otros, soy un delfín desenvuelto y experimentado, que hace piruetas en la cresta de cualquier adversidad.
De sobra sé que lo tengo a él, su padre, el otro pilar que sostiene nuestra historia, preparado en cualquier momento para coger el relevo, para decir tú quieta que voy yo, pero por lo menos a mí, me cuesta tanto, tanto delegar.
Y ahora que mi hija mayor va a cumplir diez años, y sus gestos y ademanes me desafían buscando su espacio, parece que toca hacer balance, como un debate del estado de la nación, pero maternal, solo que aquí las preguntas y las respuestas las hace la más exigente, la que siempre tiene un “sí, pero…” listo para espetar, yo misma.
A veces destellos me hacen tranquilizar y pensar que voy en la dirección correcta, un “te quiero” susurrado junto al beso de buenas noches, una elección madura que parte de ellos, una nota con un corazón con ojos y boca que dice “eres la mamá más vuena del mundo. Te qiero” (sí, lo de las faltas de ortografía es una batalla que andamos librando).
Son esos retazos de amor filial en bruto los que me hacen seguir por el camino que tanteo con pasos temblorosos. Cada día es un nuevo reto. No sabremos si lo hicimos bien hasta que desplieguen las alas y alcen el vuelo. Pasados esos años en que solo quieren alejarse y experimentar, volverán, y si buscan en nosotras el refugio donde cobijarse, es que algo hicimos bien.
Solo quiero que cuando estén lejos y piensen en mí sientan que siempre estaré, que soy el lugar al que volver, que tengan la seguridad de que las puertas siempre van a estar abiertas, pase lo que pase; quiero ser un abrazo cálido en sus pensamientos, una palabra reconfortante, un consejo discreto y certero, un olor a casa, una paz donde todo está en orden y no hay preocupaciones, un regazo dónde acurrucarse aunque cumplan los cuarenta, así me siento yo pensando en mi madre, y a esta pequeñez aspiro.
No quiero invadirles ni conquistar sus certezas, aunque más de una vez pensaré que se equivocan, pero sí ansío a ser una reputada consejera, de esas que dejan caer una opinión liviana de soslayo pero que lleva dentro la esencia pura de la experiencia acumulada. Hacerles llegar mis errores a modo de enseñanza, para que en la medida de lo posible, no los repitan. Y si lo hacen, ya podré desahogarme: “Te lo dije”
Quiero estar, sin molestar, silenciosa y callada pero alerta, latiendo por sus desvelos, en la linde de sus conciencias y muy cerca de su corazón; acomodarme en el interludio de esta obra maestra que son sus vidas, y probar a dirigir la orquesta sin partitura, a ser tramoyista de la intuición y subir y bajar el telón según se desarrollen los acontecimientos.
Siendo generosa, me quedan diez años de tenerlos en el nido, diez años para dejarme llevar por la plácida invariabilidad de lo cotidiano, y en los flashes de clarividencia que me regale esta experiencia que es la maternidad, quedarme a vivir en un recodo de sus corazones.
Asi es Elena, a veces se nos olvida que hace poco solo eramos hijas, que no es que sea facil, pero es otra cosa… imagino que asi deben sentirse nuestras madreS, y por eso nunca debemos olvida que ellas tb son o fueron hijas….
Se hace lo que se puede… sin el adjetivo malas o buenas… pq las palabras son poderosas, y la palabra MADRE, acaso no abarca algo tan inmenso como el Universo???
Gracias, por escribir… a veces cuando te leo me «duele» todo lo que te quiero… un enorme beso… y no nos olvidemos de seguir siendo hijas y delegar en alguien aunque sea de vez en cuando…
Gracias amiga, sé que tú me entiendes, y más aún, me enseñas cada día con tu visión amplia de MUJER, MADRE. Me encanta investigar los caminos que me vas mostrando. Y sí, delegar es mi asignatura pendiente, para tener tiempo de explorar otros rincones de ese Universo. Yo también te quiero mucho.
Me siento totalmente identificada, echaba muchos de menos tus post, una alegría volver a leerte.
Qué buena descripción del infatigable empeño por hacerlo bien con nuestros hijos. Seguramente tendrá razón el filósofo ese y estamos cansadísimos por querer hacerlo perfecto. Pero aunque estoy de acuerdo en tener presente esa reflexión y no exigirnos tanto en otras muchas facetas. No creo que «aflojemos» respecto de los pollitos. En eso tenemos que hacer lo que nos pide el cuerpo (el corazón, concretamente); es decir: todo e incluso más si fuera posible…, no hacer demasiados planes para su vida, y recordarnos de vez en cuando es que lo mejor para ellos será lo que ellos elijan cuando estén en condiciones de hacerlo. Seguro que nos recompensarán. Pero tampoco será como ahora imaginemos nosotros, sino en algún momento, a su manera y no necesariamente a la nuestra. Estoy seguro de que el amor de los padres no cae en saco roto. Lo que pasa es que es cierto aquello de que si quieres hacer reir a Dios, no tienes más que hacer planes. Y hacemos demasiados planes y nos empeñamos en que se cumplan. Y así estamos: nosotros cansadísimos y Dios, seguramente, partido de risa 😉
Enhorabuena por tu post y por haber retomado las letras.
Muchas gracias José Miguel, llevas mucha razón, nosotros empeñados en hacer planes, proyecciones de futuro, y la vida pasando. Y seguramente tampoco serán como nos imaginemos, pero lo importante es que sean lo que quieran, mientras tengan un corazón grande y sean buenas personas. Lo demás, irán gestionándolo. Gracias de nuevo por tus palabras, un abrazo.