– ¿Mamá, qué es un atentado? Pregunta Elena con los ojos clavados en el televisor que no cesa de emitir una y otra vez la misma trágica noticia.
Me resulta complicado ponerle palabras a algo que ni yo entiendo, darle un sentido a la barbarie, explicarle por qué este mundo se está volviendo loco.
Y al final recurro a la simplicidad de la lógica infantil.
– Pues hija, cuando hay un atentado unos hombres malos hacen daño a gente inocente.
Me mira insatisfecha con la respuesta, y dos segundos después, llega el temido ¿y por qué?
Y para eso ya no estoy preparada, así que no me queda otra que ser sincera.
– No lo sé cariño, es muy difícil de explicar.
Pienso en todos los niños como ella, que sufren en primera persona el amargo dolor de la violencia extrema, pienso en sus padres y en la angustia que será para ellos sostener la mirada de sus hijos, intentar que sigan sonriendo entre tanto dolor.
Pienso en las familias que huyen con lo puesto buscando una vida mejor para los suyos, con los girones de un hogar deshecho a cuestas y con unos granos de esperanza en los bolsillos.
Me empeño en entender qué está pasando; he leído sobre la guerra en Siria, sobre el extremismo islamista, pero ni por esas, me faltan piezas para completar el puzle.
Una frase que leí hace tiempo, me arroja algo de luz: “Por desgracia, la mayoría de las personas poseen la religión suficiente para odiar, pero no lo bastante como para amar”
Y dese mi posición lo único que me queda, es enseñarlos a vivir sin miedo, a luchar con las palabras y con el corazón por un mundo libre, donde todos tengamos cabida.
Seguramente también estaré imbuida por ese mal visto “buenismo”, término tan de moda, y algunos pensarán que no se consigue nada con las buenas palabras y la filantropía.
Sinceramente, me da igual. Hoy sé que lo malo de los ideales, es que si vives con arreglo a todos ellos resulta imposible vivir contigo. Teniendo eso claro, enarbolo la bandera del instinto maternal, y ese me dice que no siembre en ellos semillas de miedo, de intolerancia, porque crecerán con rapidez y los convertirán en adultos maniatados, con mentes obtusas y cuadriculadas, sin libertad para descubrir nuevos horizontes más allá de los muros de su casa.
Quiero que cuando crezcan no tengan miedo a nada, que sean adultos empáticos, asertivos, con capacidad de escucha, de resolver problemas, por muy afiladas que sean las piedras del camino. Se lo repito una y otra vez cuando se enrocan y frustran porque algo no ha salido como ellos quieren, sólo hay un problema que no tiene solución, les digo, y ese ya sabemos cuál es.
Y para conseguirlo, en estos tiempos tenebrosos de violencia y lucha, creo que los padres debemos hacer un esfuerzo por arrojarles luz y no sucumbir al impulso primario del ojo por ojo.
Como dijo un sabio: “Sólo la reconciliación salvará al mundo, no la justicia, que a menudo suele ser una forma de venganza”
Así que, no perdamos tiempo, empecemos a caminar hacia la reconciliación.
Me ha encantado, qué buenos consejos¡¡ una gozada descubrir tu blog. Felicidades¡